Pasatiempos con Rosa Chacel

¿Con quién aparece Rosa Chacel en cada una de estas fotografías?

1. Rosa Chacel con.....


2. Rosa Chacel con....


3. El amor a la escultura clásica impulsó a Rosa Chacel a convertirse en artista, tal y como se muestra en esta fotografía, que apareció publicada en La Esfera en 1914. ¿sabes en donde se tomó la fotografía?




4. Rosa Chacel participó en las dos únicas tertulias que estaban abiertas a las mujeres:  la Granja del Henar y esta que aparece en la fotografía en la que aparece Valle Inclán. ¿sabes de qué famosa tertulia se trata?



5. 



6. Lee el siguiente texto de Memorias...

Se arregló todo al estilo de la ciudad, se combinó con la maestra para que viniese a casa de cinco a eis y se preparó una mesa en mi cuarto con los libros que habían venido en el fondo de un baúl. Con esto pareció que yo podría reanudar mi vida de Valladolid, pero fue imposible. ¡Era tan extraña para mi aquella señora! Yo no me había sentido nunca confusa delante de mi profesora cuando era pequeña; al contrario, me parecía la persona que mejor podía comprenderme, y yo la comprendía a ella a través de las murmuraciones de mi familia.
He nacido destinada a eso: a oír murmurar de las personas que quiero. Decían que era de una familia noble venida a menos, que había viajado hacia los cuatro puntos cardinales y que era muy machuna. Yo estaba dispuesta a imitarla en todo, pero la olvidé. No, no la olvidé; al contrario, la recordaba continuamente comparándola con la otra; pero al fin llegué a interesarme por ésta, sin que me inspirase en el fondo una verdadera simpatía. 


7. Lee detenidamente y trata de descubrir significados ocultos en este texto....

En todas las iglesias de Valladolid tenía imágenes y rincones queridos, pero en San Sebastian estaba el cristo yacente en la urna, dormido sobre el cojín blanco bordado en oro. Nunca pude rezarle, no me gustan las oraciones; únicamente el padrenuestro y ése no es a Cristo. Yo me arrodillaba llí y hacía por acercarme a Él, nada más; era un esfuerzo enorme de toda mi imaginación el que hacía. Salía de mí misma, vivía, respiraba el aire que corría entre aquellos cristales que le guardaban, veía el brillo de sus ojos entre los párpados medio cerrados, los extremos de su boca por donde parecía que escurría algo como un aroma. 
Mi sitio habitual en el altar era la mitad del escalón que quedaba a la cabecera, pero no siempre conseguía entrar verdaderamente en la urna. Siempre me lo imaginaba, siempre me concentraba en la idea de que andaba por allí dentro, de que me encogía para caber en el pequeo espacio que quedaba al lado de su cuerpo, pero algunas veces no era imaginar; enteramente, con mis cinco sentidos, entraba allí. Entonces veía aquellas sombras moradas alrededor de sus ojos, en sus mejillas, en sus sienes, como si se moviesen. Ya no eran un tinte o un tono que tenía, ya no eran que era así, sino qu eran como algo que aparecía, algo que pasaba por Él. Yo le sentía sufrirlo, hundía mis ojos en aquellas sombras de su agonía como en un agua oscura, profunda, que permaneciese agitada por los siglos de los siglos, y mi corazón se aceleraba pensando en aquella agitacion sin fin, en aquella tortura que movía aquellas sombras como alas negras. Y entonces sentía la necesidad de descansar, de dormir viéndolas agitarse, de dejar caer mi cabeza sobre su pecho, mientras siguiesen aleteando.
Esto no era pensar, pienso ahora, para ver hasta dónde llegan mis recuerdos, pero entonces era otra cosa, enteramente otra cosa. Entonces no llamaba sombras a aquello que veía, ni me proponía estar en ninguna posición especial: me sentía allí, estaba allí, me abandonaba, me olvidaba allí, hasa que pasaba dentro de mí algo sólo comparable al fluir de las lágrimas. Algo lloraba dentro de mí, un hilo de llanto corría por un lugar que era como el escondrijo del alma, tan breve como un relámpago. Jamás hubiera confesado esto a nadie: era como un secreto terrible, aunque al mismo tiempo me enorgullecía, pero hubiera sido descubrir que yo no era una niña. Mucho antes de los siete años ya llevaba encima de mí ese secreto. 


¿como calificarías el sentimiento que está describiendo Leticia?
¿se te ocurre algún episodio literario que relate algún suceso parecido?
¿dirías que existe pasión religiosa en esta descripción?


8. En el siguiente párrafo Leticia describe las impresiones que le provocó su primera maestra en Simancas. Fíjate en la ambiguedad con que la describe y busca las razones de esas dudas que se le plantean. ¿como imaginas que era la profesora que está describiendo? ¿qué característica de ella es la que impacta a Leticia y por qué quiere imitarla? 

He nacido destinada a eso: a oír murmura de las personas que quiero. Decían que era de una familia noble venida a menos, que había viajado hacia los cuatro puntos cardinales y que era muy machuna. Yo estaba dispuesta a imitarla en todo, pero la olvidé. No, no la olvidé; al contrario, la recordaba continuamente comparándola con la otra, pero al fin llegué a interesarme por ésta, sin que me inspirase en el fondo una verdadera simpatía.

Más adelante, Leticia volverá a referirse a esta profesora en estos términos....se encuentra en el despacho de Don Daniel  por "donde no habría pasado nada semejante a mi..Discípulos si, sin duda, pero chicos; bárbaros si se quiere, pero no esto, esto que era yo.


¿Dónde habían quedado aquellas ilusiones que y me hacía cuando estudiaba con mi profesora? Cada vez que dábamos lección y oobsrvaba su traje sastre, su sencillez, su aire varonil y pensaba: cuando yo sea como ella...y precisamente cuando me encontraba en una situaciń que ni soñada para ser así, resultaba que yo era una chica como las demás. Ni eso, yo no era más que una perfecta marisabidilla. El desvelo que no había conseguido al proponerme pensar en los libros, me lo produjeron aquellas pasiones revolviéndoseme dentro hasta dolerme la garganta como si no puediese tragarlas. 


9.  Aquí tenéis una poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, una poeta que gustaba a Rosa Chacel. ¿Que puntos de conexión existen entre las dos escritoras?

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.











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